Otoño en Buenos Aires

Sin apenas tiempo en la ciudad para hacer las maletas hemos llegado a Buenos Aires. El clima es fresco, nada que ver con hace dos meses cuando nos marchamos. Los días son más cortos y el cielo más oscuro. Aquí también se acaban los veranos. Da la sensación de que el otoño ha llegado.

La sensación al volver fue de que hacía no dos meses, sino dos días que nos habíamos marchado. Era una sensación nostálgica. Una mierda de sensación. Parecía que todo el tiempo lo íbamos a pasar despidiéndonos de la gente La mejor manera de marcharse es no hablar de ello. Irse un día sin más, sin avisar. Ni el que se queda ni el que se marcha están cómodos en una situación como está. Uno no sabe muy bien que decir y actúa como representando un papel. Cuando dices adiós no eres ni de lejos tú mismo.

El viaje es como una vida en miniatura. Hay un periodo inicial en que crees que te va a dar tiempo a hacer mil cosas y te dedicas a hacer grandes planes. Luego viene el periodo central, el más importante, en el que ya tienes tu rutina y vives los días sin mirar el calendario, aquí es donde suceden las cosas importantes. Te dedicas a vivir el día a día y crees que no va a haber un final o que si lo aún está muy lejos. Finalmente un día te das cuenta de que se acaba el viaje. Dejas de hacer planes a medio plazo y las nuevas relaciones se vuelven más superficiales porque en el fondo sabes que igualmente no ibas a tener tiempo para llegar a más. Siempre pensé que lo ideal era eliminar este periodo final, pero eso sería como tratar de romper un imán por la mitad para quedarte solo con el polo que te interesa.

Y todos sabemos que pasa cuando se parte un imán por la mitad.