Chiloé

Chiloé es famosa por sus iglesias de madera. El problema es que sus casas también son de madera...

Al llegar a la isla había un gitano ofertando habitaciones por nueve euros por persona. Parecía barato, eso si, tienes lo que pagas.

Por la noche empezó a refrescar y lo que en principio parecía un punto a favor, que la habitación tuviera dos ventanales con vistas al mar, acabó siendo una tortura. El aire helado y húmedo se filtraba por los tablones de madera y la colcha estaba cubierta por una capa de rocío. Aún dentro de la casa y con el forro polar había que estar de pie y moviéndose para no empezar a temblar. El frío crecía como una enredadera atravesando la suela de los zapatos. Estabas ahí de pie sin hacer nada pensando en como hacer para meterte en la cama, es una sensación parecida a la de meter el dedo del pie en el agua de un lago donde has de bañarte.

A la mañana siguiente me desperté y me di cuenta de que estaba con la manta hasta las orejas y medio doblada por la cara para que dejará asomar solo la nariz, de la cual al respirar se podía ver como salía el vaho...

Lo demás ya fue ir en plan a lo loco, salir gritando hasta llegar a las ducha, que estaba en el piso de abajo, y contar los segundos rezando un padrenuestro hasta que empezó a salir agua caliente.

Al de cinco minutos me cortaron el gas y empezó a salir agua fría.

Respiré hondo, vi que era inútil lamentarse. Determiné que mi mejor opción era hacer la mochila, salir de allí lo antes posible y entrar en calor con un enorme desayuno en una buena cafetería.